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EL COMPORTAMIENTO DE LOS HIJOS


El comportamiento del niño hace referencia al desarrollo socio-afectivo del mismo. En efecto, mientras que durante la infancia hablamos de comportamiento, en la edad adulta nos referimos a la personalidad.

Algunas personas consideran que el comportamiento es el resultado de la herencia. La dotación genética personal influye en el comportamiento; sin embargo, no condiciona nuestra forma de actuar. De hecho, incluso hermanos gemelos monocigóticos tienen comportamientos dispares. En definitiva, aunque la herencia es importante para analizar un comportamiento individual, es sólo uno de los muchos factores a considerar.

Por otra parte, hay quienes afirman que el comportamiento es una consecuencia de las influencias ambientales y de las circunstancias o personas que rodean al niño. Al igual que en el caso anterior nos encontramos con personas que han recibido la misma influencia ambiental y cuya respuesta es totalmente distinta. Por tanto, se puede afirmar que la influencia ambiental, es importante, pero no determinante.

Por último, se dice que el comportamiento se produce en razón de las etapas de desarrollo evolutivo que atraviesa el niño, etapas que ocurren de una manera previsible alrededor de determinadas edades. Hoy no es discutido que la persona, hasta que llega a su madurez, atraviesa determinadas etapas y éstas coinciden con determinadas edades cronológicas. No obstante, esto no es motivo para no intervenir cuando nos encontramos ante casos de comportamiento inadecuado.

 

El comportamiento adecuado del niño

Para analizar el comportamiento del niño nos centraremos en los resultados obtenidos por la investigación en psicología evolutiva. En razón a ello, podemos diferenciar cuatro etapas en el desarrollo de la personalidad.

Primera etapa: el niño de cero a dos años. Esta etapa se caracteriza por el establecimiento de lo que se llama relación de apego con los padres y/o aquellas personas que están al cuidado del niño.

Hacia el año de edad, cuando el niño empieza a desarrollar su motricidad se puede decir que se inicia la autonomía del niño. No obstante, siempre manteniendo el apego con sus padres y/o aquellas personas dedicadas a su cuidado.

Segunda etapa: de los tres a los cinco años de edad. En esta fase el niño aprende a nombrarse y a citarse a él mismo. Esto supone que el niño ha tomado conciencia de sí como sujeto. En consecuencia surge la rebeldía u oposición. El niño empieza a desobedecer de forma consciente y voluntaria. Es un periodo transitorio, que no entraña ningún problema y que hay que educar. 

Esta desobediencia voluntaria está, no obstante, calculada porque el niño teme perder el cariño de sus padres y por este motivo, junto a la desobediencia voluntaria aparece el deseo de agradar. Para este último objetivo el niño utiliza dos estrategias: «hacer gracias» e imitar a sus padres. «Hacer gracias» es positivo siempre que la gracia sea positiva. Cuando son comportamientos inadecuados deben ser corregidos.

Tercera etapa: de los seis a los once años(niñas) /trece años (niños). Esta edad se caracteriza por el deseo de agradar y ganarse la aprobación de los padres. Por tanto, es muy fácil obtener un comportamiento adecuado en los hijos si los padres se lo proponen.

 

El comportamiento inadecuado del niño

Como hemos visto, hasta los once o trece años de edad (según se trate de niñas o niños), esto es, hasta la llegada de la pubertad el niño desea agradar a sus padres. De los cero a los dos años más que agradar, el niño lo que desea es retener a sus padres junto a él. De los tres a los cinco años el deseo de agradar se conjuga con los inicios de autoafirmación del niño. Y, por último, de los seis años a la pubertad, el deseo de agradar es consciente y voluntario.

En cualquiera de estas etapas influye decisivamente el ambiente familiar. Tal influencia se hace notar fundamentalmente en el afecto de los padres y su demostración (el niño tiene que advertirlo) y en la adecuación de la exigencia de los padres a las habilidades de los niños. Cuando estos dos factores no están presentes (o lo están de forma errónea) en el clima familiar surgen dificultades en el desarrollo socio-afectivo del niño que, sin ser patológicas, dan lugar a un comportamiento inadecuado. En estos casos, el móvil del niño no es agradar a los padres, sino que de acuerdo con la literatura norteamericana reciente el niño adopta alguno de los cuatro objetivos siguientes: llamar la atención, imponer su voluntad, mostrar un afecto negativo (tal y como el lo recibe) o no responder a las demandas familiares escolares y sociales. A continuación se exponen brevemente estos comportamientos inadecuados del niño.

  • Comportamiento inadecuado porque continuamente está buscando cómo llamar la atención. Todos los niños quieren llamar la atención de sus padres. La diferencia estriba en que mientras unos niños lo hacen con comportamientos positivos, otros lo hacen con comportamientos negativos. Por ejemplo, se da en los casos en los que los padres sólo atienden al niño cuando se comporta mal.

 

E1 sentimiento de los padres en estos casos suele ser de molestia frente al niño. La respuesta habitual en los padres es advertir o rogar al niño que cambie de conducta. Por tanto, el niño ha conseguido lo que quería (llamar la atención). Cesa la conducta inadecuada, pero pronto volveremos a la misma situación pues la conducta inadecuada en realidad se ha reforzado.

En estos casos lo que conviene hacer es dedicar tiempo al niño de forma que su necesidad de atención quede colmada; pero dedicándole este tiempo de forma positiva, dentro de lo que son los parámetros normales de atención a un niño. También conviene alabar o prestar atención al niño cuando éste se está comportando de forma adecuada (sin excesos).

  • Comportamiento inadecuado del niño que busca poder. Lo que el niño busca es hacer lo que a él se le antoja, por encima de quien sea, incluso de sus padres. Este comportamiento suele generar en los padres un sentimiento de ira, lo que lleva a un desafío con el niño -a ver quien puede más- o a rendirse.

 

En estos casos lo que debe hacer el padre es no entrar en diálogo, esto es, en la dinámica del niño; controlar sus sentimientos y enseñarle a utilizar este afán de dominio de una forma positiva.

  • Comportamiento inadecuado del niño que busca desagradar a sus padres. Son niños que no se sienten queridos por sus padres y consideran que para ser alguien dentro de la familia tienen que generar daño a los demás, tal y como se lo están haciendo a ellos.

 

Con este comportamiento del niño, los padres se sienten heridos por su conducta, y la reacción espontánea es la revancha, lo que provoca una mayor agresividad acumulada en el niño.

Conviene que el padre examine su conducta para saber si no existe una actitud demasiado crítica o de rechazo frente al niño.

  • Comportamiento inadecuado por pasividad del niño. Hay niños que, al no confiar en absoluto en sus capacidades y habilidades, no son capaces de emprender ninguna actividad y su comportamiento se caracteriza por la pasividad, es decir, por el «no hacer».

Esto provoca en los padres un sentimiento de desesperación y la reacción más habitual es hacerlo por él.

Ante estos casos, el padre lo que debe hacer es estimular cualquier intento de respuesta, siempre que sea positivo, aunque el intento o el logro sean mínimos. Hay que evitar censurar al niño, ceder y hacerlo por él o sentir compasión, por ejemplo de lo pequeño que es.

 

Tipología familiar y comportamiento inadecuado del niño

Cuando la conducta de los padres no es adecuada, surge una conducta inadecuada en los hijos. Esta conducta de los hijos repercute a su vez en los padres aumentando la disfuncionalidad, lo que hace cada vez más difícil el manejo del niño por parte del padre y agrava el desajuste del desarrollo socio-afectivo del niño.

A continuación, se exponen los distintos tipos de clima familiar que de una u otra forma originan, refuerzan o perpetúan la conducta inadecuada del niño.

  • Padres cuyos conflictos matrimoniales generan estrés en la dinámica familiar. En estos casos habitualmente sucede que no hay acuerdo entre el padre y la madre en los criterios educativos y el niño lo percibe aprovechando la circunstancia para convertirse él en «jefe» del clan familiar; las discusiones maritales son continuas; no hay demostración de cariño entre padre y madre; uno de los padres ha abandonado el hogar; uno o ambos mantienen relaciones extramatrimoniales; situaciones de divorcio; situaciones de divorcio con segundo matrimonio; etc. En todos estos casos, la relación paterno filial genera ansiedad en el niño y en consecuencia éste no se siente motivado para agradar a aquellos que son fuente y origen de sus problemas.
  • Padres hiperocupados. Son padres que apenas tienen tiempo para conversar, jugar o simplemente «estar» con su cónyuge e hijos. Por tanto, aunque exista afecto de padre a hijo no hay tiempo material para manifestarlo. En consecuencia, el hijo no tiene ninguna necesidad de agradar a personas con las que no ha establecido ninguna relación de cariño.
  • Padres que rechazan a sus hijos. En algunos casos el niño rompe las expectativas y proyectos de los padres y éstos manifiestan abiertamente rechazo a aquello del hijo (sexo, físico, aptitudes, etc.) que no les gusta. El niño, por su parte, al no sentirse querido por sus padres carece de la motivación suficiente para agradarles. En estos casos, es fácil que el niño adopte como objetivo de su conducta la demostración de una afectividad negativa tal y como el mismo la está recibiendo.
  • Padres exigentes. Los padres exigen al niño más de lo que éste por su edad, por sus aptitudes o por sus intereses puede alcanzar. El niño, al ver que no llega a las metas que se le han propuesto, se desentiende de ellas.
  • Padres hipercríticos con sus hijos. Los padres hipercríticos son aquellos que siempre ven «la botella medio vacía pero no medio llena», es decir nunca están contentos con los logros de sus hijos porque los consideran insuficientes o de poca calidad. En estos casos, ni las exigencias de los padres están medidas con la capacidad y edad del niño ni la demostración de afecto se realiza de forma positiva por exceso de crítica. El niño en estos casos responde manifestando una afectividad negativa, tal y como a él se la están transmitiendo.
  • Padres permisivos. Hay padres, por el contrario, que no tienen ninguna expectativa hacia sus hijos, lo que se traduce en una permisividad absoluta de hábitos, reglas, conductas, etc. Esta táctica genera una falta de confianza absoluta en el niño y, por tanto, una mala autoestima: al no haber metas, el niño carece de motivación para emprender cualquier actividad y es incapaz del más mínimo esfuerzo. En consecuencia, el niño no obtiene ninguna experiencia de éxito en su historial y esto a su vez aumenta la falta de confianza del niño en sí mismo.
  • Padres sobreprotectores. Los padres quieren que el niño haga las cosas lo mejor posible y con el mínimo esfuerzo; como consecuencia, al final, son los padres, casi siempre, quienes se las hacen. Esto genera una conducta pasiva en el niño.

 

Conclusiones

El comportamiento del niño, aunque no sea consecuencia del trato inicial de los padres, sí se ve reforzado y estimulado por la conducta de estos. En consecuencia, si la conducta de un hijo no es la adecuada, los padres deben examinar a qué responde tal conducta inadecuada, cómo responden ellos a esa conducta y cambiar la propia respuesta paterna para manejar y encauzar la conducta inadecuada del hijo.

A modo de síntesis diremos que los padres para establecer relaciones positivas con los hijos deberían marcarse los cuatro objetivos siguientes: 

  1. Respetar a su cónyuge y respetar a cada hijo en el trato diario.
  2. Dedicar un tiempo de juego y/o conversación con cada hijo.
  3. Estimular, animar y encauzar la conducta positiva de cada hijo.
  4. Demostrar el cariño que se tiene a cada hijo.

Por: CARMEN ÁVILA DE ENCÍO

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