En ocasiones el cómo es tan importante como el qué, pues puede posibilitar el qué o impedirlo. Así sucede con la sexualidad, que siendo una dimensión tan anclada en la persona, exige una información personal.
Se debe educar, por consiguiente, informando con exactitud aunque no necesariamente con abundancia de detalles, con tacto y con naturalidad. Pretendiendo no sólo informar sino también formar.
Se debe informar con exactitud: un modo discreto quizás sea el comportamiento animal, que está lo suficientemente alejado como para evitar interferencias éticas, afectivas, etc.
No se debe informar desde un planteamiento edulcorado, ni tampoco cínico. Ni desde una posición excesivamente personal. No hay ninguna necesidad de caer en paternalismos ni de revelar intimidades. Al adolescente le interesa su vida, no la nuestra.
Se debe informar con tacto. Por tanto no hay ninguna necesidad de decir la verdad, toda la verdad y nada más que la verdad. Pues no estamos ante ningún juez ni jurado. Basta con dar la información que entendemos puede asumirse por quien la recibe, según su edad y circunstancias.
Sí es importante no mentir. Ni siquiera por omisión consciente de algún elemento cuya ausencia distorsione lo narrado.
Se debe informar con naturalidad. Al hilo de los comentarios, preguntas o conductas observadas en nuestros hijos. Hay que evitar cualquier sesgo de conferencia o de concesión de audiencia.
Conviene adelantarse a los modos de contar de compañeros de colegio que probablemente sean tan entusiastas como inadecuados.
De otro lado, no basta con informar, es preciso también formar. Educar es lograr una curva gráfica que parte de la total dependencia y quiere llegar a la total autonomía. Y para que esta pueda producirse, no basta con saber muchas cosas; también hay que saber aplicarlas.
La educación sexual parte, pues, del autodominio, que es una peculiaridad del hombre, no de los animales que viven sujetos a sus estados de celo. El hombre puede, mediante el esfuerzo, y con previsión de futuro, prescindir de un bien inmediato para lograr otro ulterior pero preferible. Tal proceder provoca autoestima.
Desde este planteamiento, conviene también educar el amor. Que es donación de uno mismo, querer el bien del otro por razón del otro. También querer ser querido, querer hacer juntos. Lo que se puede aplicar de inmediato a los miembros de la familia. Hay, por tanto que enseñar a los preadolescentes a involucrarse en el bienestar y felicidad de los miembros de su propia familia.
Por: Carmen Ávila de Encio