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Síntomas que pueden llevar a los padres a plantearse la posibilidad de que su hijo padezca un TDAH


Los síntomas por los que los padres puedan plantearse un posible trastorno por déficit de atención con hiperactividad varían en función de la edad. Así, durante los tres primeros años de vida son niños que se muestran inquietos, hay que repetirles las cosas hasta diez veces, se accidentan con frecuencia, y muy de rabietas sin motivo aparente.

A partir de los cuatro años, estos niños son impulsivos, irritables, no se adaptan a ninguna disciplina porque olvidan las normas, son desobedientes, les cuesta centrar la atención en una tarea, tienen dificultades para mantener la concentración en una actividad que para ellos en sí no es gratificante, no aceptan perder en los juegos de reglas ya sea con sus compañeros de clase como con los familiares más cercanos, no saben jugar solos, todo lo quieren ya y ahora, con frecuencia los compañeros dejan de invitarles a sus fiestas de cumpleaños porque generan discusiones y peleas con facilidad, pierden el material escolar o deportivo con frecuencia.

Entre los 7 y los 12 años, los niños con TDAH son menos activos físicamente pero más despistados lo que repercute de forma negativa en su rendimiento escolar. El resto de las características que he descrito anteriormente cobra mayor fuerza porque se hacen más evidentes. Hay que advertir que la impaciencia de un niño de 4 años se justifica con facilidad por su corta edad, mientras que a la edad de 11 años es exasperante.

Con el inicio de la pubertad, la impulsividad se hace más llamativa, al mismo tiempo que empeora el rendimiento académico. La dificultad para centrar la atención en una tarea o concentrarse durante un tiempo razonable es misión imposible. Al ser púber se inicia el desafío que en ellos cobra a veces matices dramáticos, los caprichos desmedidos y el actuar sin reparar en las consecuencias puede llevar algún que otro disgusto. La autoestima baja que conlleva la falta de éxito familiar, académico y social acumulada a lo largo de sus pocos años de vida les hace más vulnerables a la presión del grupo.

Por: CARMEN ÁVILA DE ENCÍO

 

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