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Rusia: un país sin familia, un país poco feliz


Me llamo Alejandro Burgos y soy sacerdote. Desde hace un par de años vivo en Rusia donde soy párroco de dos parroquias. La primera está dedicada a San Juan  Bautista y situada en Pushkin, una ciudad de unos 100.000 habitantes incluida dentro del gran San Petersburgo. Esta parroquia incluye una capilla situada en Kolpino, una ciudad industrial cercana, de alrededor de 180.000 habitantes. La segunda parroquia es un territorio inmenso, más o menos igual de grande que España. Abarca toda la República de Komi, que limita al este con los Urales. La mitad de este territorio no tiene carreteras, sólo se puede acceder por tren o avión. Su parte más septentrional está situada al norte del Círculo Polar Ártico.

Como se puede ver, una de las parroquias está situada en una de las zonas ricas de Rusia: San Petersburgo. Otra, en una de las zonas más pobres: Komi. Sin embargo, la sensación que suelen manifestar las personas que nos visitan (salvo los que sólo recorren las rutas para turistas) y la que tenemos nosotros mismos – aunque cada vez menos, pues nos vamos acostumbrando- es en ambos lugares la misma: esta ciudad es como gris, es muy fría, es como inhumana, la gente está triste.

Los motivos que producen esta sensación son variados. Pueden resumirse simplemente diciendo que es la secuela de muchos años de comunismo.

Sin embargo, cuando comienzas a conocer un poco las cosas por dentro te das cuenta de que todo esto es producto de una gran infelicidad. Primero descubres que en la parroquia la gente lo pasa muy mal. Luego te fijas y por la calle te das cuenta, sólo con mirarles la cara, de que hay un porcentaje enorme de personas destrozadas. Al final te enteras de las cifras del país y son espeluznantes. De hecho, hoy en Rusia habitan 143 millones y medio de habitantes y entre ellos hay 10 millones de drogadictos, 2 millones de personas con sida, 1. 100.000 presos, 37 millones de pensionistas (y aquí muchísimas  pensiones son realmente mínimas: unos 60 Euros al mes), 4 millones de niños de la calle, 10 millones de familias monoparentales (fundamentalmente la madre que vive con un hijo), un 40 % de los hombres y un 17 % de las mujeres son alcohólicos y hay dos divorcios de cada tres matrimonios y dos abortos por cada nacimiento. Todo esto produce que en Rusia haya 1 millón de habitantes menos cada año.

Como se puede ver los datos de situaciones humanamente durísimas se mezclan con unos datos que permiten darse cuenta de que las familias normales, un hombre casado con una mujer que viven juntos con sus hijos y los educan, son rarísimas. De hecho en nuestras parroquias también así es la realidad. Las familias pueden contarse con los dedos de las manos. Los demás viven solos, o viven las madres con los hijos, porque el padre desapareció hace años, normalmente borracho… en la ciudad hay muchos orfanatos o instituciones similares (en condiciones claramente mejorables)… y alrededor de las estaciones de tren se suelen ver cuadrillas de niños, evidentemente sin familia, que no se sabe si lograrán pasar el invierno… Por eso, creo que la experiencia rusa me permite afirmar sin tremendismos y sin ninguna intención de hacer demagogia, sino como una triste constatación de la realidad, que en este país, donde durante años se ha perseguido a la familia hasta conseguir que esta ya no sea el núcleo normal donde la gente crece y se desarrolla, el resultado es una enorme cantidad de situaciones vitales de enorme tristeza y falta de esperanza. Es una triste lección que vale la pena no olvidar.

En fin. El año pasado en la parroquia nos dedicamos prioritariamente a la pastoral matrimonial y celebramos muchas bodas. Muchos de ellos habían tenido antes historias personales complejas, pero ahora están dispuestos a formar y a vivir en familia. Quizá en familias formadas con los retazos de otras uniones anteriores ya rotas. Pero para ellos formar una nueva familia, casarse por la Iglesia, vivir en un hogar, quererse para siempre, poder atender con un marido o una mujer honesta a sus hijos, ha sido una de las cosas más hermosas que han conseguido en sus vidas. Y para el futuro es una promesa y una esperanza de felicidad…

Por ALEJANDRO BURGOS VELASCO

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