No todas las personas comienzan y terminan la adolescencia a la vez. Nos movemos entre unas edades que oscilan entre los 11 y los 17 años en las chicas y los 12 y los 18 años en los chicos. La adolescencia termina con la juventud, a la que se puede llegar con cierta estabilidad. De todas formas son cada vez más los jóvenes que se comportan como adolescentes.
En esta época de la vida el adolescente no quiere depender de nadie y se rebela contra la autoridad; los hijos empiezan a desligarse de la familia y gana fuerza la vida en pandilla; descubre su «yo» y siente un deseo agudo de proteger su intimidad; puede producirse una crisis de valores y espiritual…
Pese a lo que piensa, el adolescente, todavía es ingenuo pues le falta experiencia de la vida, por lo que es fácilmente manipulable, aunque él nunca admita esa realidad Hoy día muchos adolescentes se enfrentan inmaduros ante nuevos retos para los que no están preparados. En la sociedad actual se han multiplicado las oportunidades de acceso a otras realidades por caminos no previsibles y gobernables por los adultos.
Ante todo ello, ¿cómo enfocar la educación de los adolescentes? Es importante que no actúes movido por el miedo a los problemas sino por un proyecto educativo para tu hijo que le permita ser un cristiano que sea feliz y haga feliz a otras muchas personas.
Hay dos reacciones en las que no se debe caer. Una es tratar de recluir a los hijos en una urna. Otra, desentenderse de la educación, ante su dificultad. Pactar como algo inevitable con una sociedad cargada de hedonismo, relativismo y consumismo. El pasotismo de los adultos, el miedo a ejercer 1a autoridad, el sufrimiento, propio y ajeno, que comporta todo proceso educativo, el temor a parecer anticuado, la coherencia de vida que exige el adolescente al educador, son algunos de los factores que inciden en la respuesta que demos ante este reto que tenemos delante. Afortunadamente no estamos solos ante esta tarea pues tenemos a nuestro alcance apoyamos en Dios y en un contexto humano adecuado.
En materia de educación es más fácil prevenir que curar. Un contexto familiar estable y armonioso, en el que intervengan conjuntamente el padre y la madre da al hijo estabilidad psicológica. En este contexto el hijo, a veces, necesita menos cosas materiales y más cariño, atención y exigencia. Dentro de este ámbito, no se debe tener miedo a ejercer una autoridad prudente.
– Ayudarles a ser personas de ideales. La juventud es idealista. Es importante incitar al adolescente a que se comprometa con sus ideales y que no se limite a una crítica negativa a la sociedad.
– Ayudarles a ser buenos estudiantes. Estudiar mucho y bien no es solo un modo de situarse después en la vida; es también un modo de perfeccionar las propias cualidades y de ayudar con la profesión a construir un mundo mejor.
– Arbitrar medios para que los hijos puedan desarrollar proyectos de ocio y formación en compañía de otros adolescentes que comparten sus mismos valores. Un chico o una chica solos en un ambiente adverso es muy difícil que salgan adelante sosteniendo unos valores que van contracorriente. Necesitan ver otras personas de su edad que compartan esos mismos ideales. También necesitan modelos de personas concretas que vivan esos valores.
– Conseguir un clima de confianza con tus hijos. Escuchar mucho es de una eficacia probada La sabiduría popular dice que tenemos dos oídos y una boca por lo que hay que escuchar el doble de lo que se habla. Los padres se sientes obligados a dar consejos a los hijos, pero el exceso es contraproducente.
Por JOSÉ MANUEL MANÚ NOAIN