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Libertad y educación permisiva


Jorge duerme todas las tardes su siesta sobre el pupitre. Su profesora ha intentado por todos los medios posibles que atienda a las explicaciones: le ha enviado de clase en clase con diversos cometidos e incluso al patio a airearse un poco. A falta de resultados positivos, ha llamado a sus padres para explicarles el problema, quienes le han respondido: 

-“Lo que sucede es que Jorge tiene una hora de ruta de ida y otra de vuelta, por lo que tiene que comer en diez minutos. Y para un niño de ocho años es excesivo”. 

Ante esta situación, la profesora propuso a los padres que apuntasen al niño a comedor. Los padres, sin embargo, han insistido en que se lo consultarían a Jorge, porque esta decisión, en tanto que le afecta a él, es él quien tiene que tomarla. 

 

COMENTARIO:

Hoy el concepto de “autoridad” ha perdido su significado, confundiéndosele con el de “autoritarismo”. Ahora bien, la “autoridad” y el “autoritarismo” no son términos sinónimos: la autoridad se ejerce como un deber en beneficio de quien está sujeto a ella. El autoritarismo, en cambio, es una deformación de la autoridad. Hay autoritarismo cuando la autoridad se confunde con la fuerza o el poder y se ejerce en beneficio propio.

A causa de esta confusión y como rechazo al autoritarismo, emergió con toda su pujanza la educación permisiva. Permisivismo, de acuerdo con el diccionario de uso del español de María Moliner, es “la disposición que autoriza hacer cierta cosa, pero sin preceptuarla”.

La educación permisiva es la antítesis de la autoridad.  “Está claro que la educación tiene por misión esencial la formación de la personalidad y que, dado que esta formación atañe a las posiciones fundamentales del hombre frente al mundo y frente a él mismo, no es cuestión de conocimientos intelectuales, de memoria, sino de opciones morales y de elección de valores” (Gusdorf. ¿Para qué los profesores?. Pág. 77). Por tanto, hablar de “educación permisiva” es despojar a la educación de su función esencial.

Asimismo, la educación permisiva anula la motivación humana. Una persona se siente motivada en la medida que aprecia algo valioso que ella no posee y, entonces, busca la manera de alcanzarla. La ausencia de valores y de motivación no alcanza a la formación de la voluntad.

La educación permisiva tampoco se identifica con la educación en la libertad. La  educación en la libertad implica unos criterios de referencia a partir de los cuales el hombre puede decidir acerca de su propia vida y responder de esas decisiones. En última instancia, la educación en la libertad conlleva el conocimiento de uno mismo y su proyección en el futuro para llegar a ser aquél que quiere ser.

 

ORIENTACIONES: 

Como orientaciones prácticas, para no caer en la educación permisiva podemos señalar:

  • “Permitir” al niño que haga lo que quiera no es educarle.
  • Estructurar el ambiente familiar y escolar ayuda al niño a formularse expectativas y valores que pueden dar sentido a su vida.
  • Orientar al niño no es privarle de libertad. Antes al contrario, de esta forma padres y profesores favorecen la madurez y responsabilidad del niño y evitan que sea, en el futuro, un hombre de voluntad frágil y caprichosa.
  • Establecer unos criterios de referencia no anula la autoexpresión o la creatividad del niño. Únicamente las personas que controlan sus impulsos pueden llegar a hacer cosas importantes. Las personas que no controlan sus caprichos acaso podrán ser brillantes, pero nunca harán nada de provecho.
  • Decidir por el niño no es abusar de su minoría de edad. Los padres tienen la obligación y el derecho de tutelas a su hijo, hasta que éste alcance la madurez necesaria para decidir por sí mismo.

Por otra parte, los padres pueden y deben permitirle al niño decidir algunas cuestiones como, por ejemplo, la ropa que se va a poner o el encargo doméstico que realizará.

Cuestiones tales como “ir al colegio” o “comer” son decisiones que todavía no competen al niño, dada su tendencia a hacer sólo lo que le agrada y, fundamentalmente, por su falta de madurez para asumir las consecuencias.

Por CARMEN ÁVILA DE ENCÍO

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