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14 maneras sencillas de crear confianza en los hijos


Introducción

Se puede armonizar perfectamente la autoridad paterna, que la misma educación requiere, con un sentimiento de amistad, que exige ponerse de alguna manera al mismo nivel de los hijos. Los chicos —aun los que parecen más díscolos y despegados— desean siempre ese acercamiento, esa camaradería, con sus padres. La clave suele estar en la confianza: que los padres sepan educar en un clima de familiaridad, que no den jamás la impresión de que desconfían, que den libertad y que enseñen a administrarla con responsabilidad personal. Es preferible que se dejen engañar alguna vez, la confianza, que se pone en los hijos, hace que ellos mismos se avergüencen de haber abusado, y se corrijan; en cambio, si no tienen libertad, si ven que no se confía en ellos, se sentirán movidos a engañar siempre.

Como se ve sin confianza no podemos educar y además no hay recetas mágicas sino sentido común y ganas de darse a los hijos. La confianza no se impone, se inspira. Y sólo puede inspirarse en un ambiente hogareño, familiar, alegre… La confianza es cuestión de tiempo y es la clave para entrar en el mundo de tu hijo. Sólo podemos conocer a alguien cuando “gastamos tiempo” en convivir con ese alguien.

1. Entrar en su mundo

Si nos tomamos en serio a los hijos, ¿por qué no entrar en su mundo y verlo con sus ojos? Esto no significa que nos identifiquemos con él, sencillamente es como si nos “metiéramos en sus zapatos” y ver el mundo desde ahí. En ocasiones esto puede modificarnos, no sólo la idea que teníamos del niño, sino incluso del mundo que vivíamos desde nuestra perspectiva. Este ejercicio es muy rico en consecuencias, si para él un determinado asunto en el recreo o con un profesor o con un compañero o con cualquier otro tema, es muy importante se sentirá no sólo escuchado sino comprendido, atendido. Es un asunto tan importante como para ti un tema profesional con tu jefe o con tu Director General ¡igual de importante! Y no hay que decir que cuando nosotros tenemos un tema de esa índole y decidimos contárselo a nuestro marido o a nuestra mujer, siempre esperamos de la otra parte mucha atención e interés e incluso pocas interrupciones. A nuestros hijos les ocurre igual. Esto se verá reforzado si compartís juegos, aficiones, etc.

Si para hablar con ellos esperamos a que lleguen grandes momentos, graves e importantes se nos pasará la vida sin saber que hemos desperdiciado grandes momentos de pequeñas conversaciones. En la adolescencia esto será nuestra gran palanca para orientar a nuestro hijo, pero no es necesario esperar hasta entonces. La amistad se vive en una cierta gratuidad. Sin embargo, casi todos empezamos pidiendo amistad. Y muy pocos empiezan ofreciendo amistad.

2. Consultarles cosas

De vez en cuando, igual que hacen ellos consúltales cosas, a solas, relacionadas con tu trabajo o con algunas decisiones que tienes que tomar, te sorprenderá su juicio y su discreción. Lo entenderán como una confidencia, que como sabes es la base toda buena amistad. Da un poco de reparo hacerles participes de ciertas cosas porque pensamos que ellos no se van a enterar de lo que les dices y será una pérdida de tiempo. Pídeles su juicio y consejo, sinceramente, sobre un determinado asunto. Hombre, ellos no son expertos es verdad, pero no son tontos, te sorprenderán con sus respuestas y en ocasiones serán soluciones muy creativas, a las que tu solo o con otro adulto, no hubieras llegado nunca. Esto os ayuda recíprocamente a conoceros y valoraros mejor, con toda seguridad a tus hijos les apetecerá hacer lo mismo pasados unos días. Es buen test saber si nos consultan cosas con frecuencia, o cuanto tiempo lleva sin hacerlo, no esperemos a que se decidan ¡adelante tú.!

3. Pensar siempre que es responsable

Si siempre piensas que es responsable, responderá mejor con su libertad que si les manifiestas desconfianza. Además, como le ocurre a la confianza la desconfianza se nota, se percibe si hay o no complicidad, proximidad, en una palabra, que no te fías de ellos. Siempre es mejor correr e riesgo de que en algún momento nos puedan engañar, a que piensen que sus padres no se fían de ellos. Cuando un hijo nos cuenta algo tiene que tener más credibilidad que un acta notarial para nosotros. La confianza genera confianza. En esto no hay término medio o le das credibilidad o no se la das, es decir, dicho un poco simplificadamente, si no te fías, puedes acabar convirtiéndote en un policía de tus hijos, y se puede acabar por curiosear en sus pantalones, agendas, etc. ¡Verdad que produce bochorno con tan sólo pensarlo!

4. Honestidad en las repuestas a sus preguntas

Algunas veces para quitarnos un problema, ante la insistencia de nuestros hijos sobre algún asunto determinado, le decimos que cumpliremos sus deseos más adelante, pero sin estar seguros si podremos hacerlo y, otras veces, estando seguros de que no podremos. Esto termina minando la confianza que nuestros hijos tenían depositada en nosotros. En otros momentos sentimos miedo a la verdad o a decir lo que pensamos, ellos ya saben como piensas, aunque cueste es siempre mejor tener la valentía de decir lo que pensamos. Y si tenemos dudas, manifestar nuestras dudas también, es honesto.

Independientemente de la edad de los hijos, ellos merecen una respuesta honesta. La honestidad fortalece su sentido de confianza. Si nosotros no respondemos con sinceridad a las preguntas de nuestros hijos, ellos crearán sus propias respuestas ficticias. Y lo peor de todo es que les hemos enseñado a mentir sin pretenderlo.

5. Tener una cierta intimidad con cada hijo

10 minutos cada 15 días no es mucho y sin embargo es muy difícil de vivirlo. ¿Podemos contestar así de repente qué le preocupa ahora a cada hijo nuestro? Haz la prueba con uno de ellos, escribe en un papel qué crees que le preocupa en este momento y después pregúntale. Hazlo de manera natural, pero que podáis estar a solas y podáis disfrutar de una cierta intimidad. Y después contrasta el resultado. ¡Es muy interesante!

Aunque como buena madre o buen padre sabes que las caras lo dicen todo, y que no es necesario preguntarles, sin embargo, hay veces que algunas cosas no están reflejadas en la cara. Es mejor que no demos cosas por supuestas cuando se trata de conocer a mis hijos.

Recuerdo una vez que un padre me contaba de su hija de seis años que le dijo que se iba a casar con un chico que había conocido en la ruta del colegio. Este padre la llevó al salón cerró la puerta y se puso a escucharla como si la niña que entonces tenía 8 años tuviera 25 años y a preguntarle cómo sería la boda, a quién invitaría y un largo etcétera. Su hija siguió la conversación con toda seriedad, y naturalidad sin poder contestar a todas las preguntas, naturalmente todo acabó en eso, pero desde entonces y en opinión de la hija de este señor aquello le ayudó a contarle más adelante otro tipo de cosas

6. Saber pedir perdón

Si sabemos que no acertamos siempre, o si no les hemos prestado atención o sencillamente no les hemos respetado ¿por qué no pedirles perdón? Cuando eso nos hace un gran bien a nosotros y a ellos. Además, refuerza nuestra autoridad e influencia con nuestros hijos. En ocasiones guiados por un enfado podemos excedernos, en otras puede ser porque sencillamente nos equivocamos en un juicio sobre algo etc. En la familia como bien sabemos aprendemos todos.
En otras ocasiones cuando les corregimos quizá (no sin motivo) le chillamos o no les respetamos, entonces hay que pedirles perdón por chillarles, aunque naturalmente mantengamos el castigo.

7. Escuchar no oír

¿Cuántas veces escuchamos a nuestros hijos mientras estamos doblando la ropa, preparándonos para una reunión del día siguiente o empujando el carrito de la compra en un supermercado? Aunque estas situaciones son comprensibles, es importante que dediquemos un tiempo para darles a nuestros hijos toda nuestra atención.

Ya sabemos que quién sabe escuchar sabe comunicar. Oír consiste más o menos en captar las vibraciones de sonido. Escuchar es dar sentido a lo que oímos, es un acto de la voluntad. En otras palabras, para escuchar hay que saber pararse, detenerse, dominarse. Requiere práctica y no es fácil. No interrumpir es una buena manera de empezar. Interrumpir, en ocasiones, es querer ser el centro de la comunicación y eso de una manera u otra es rechazado por nuestros hijos. (Y por cualquiera)

Como decía Machado para comunicar bien, primero preguntar y después escuchar. Sin duda esto es difícil, pero es una mejora personal significativa ¿en qué sino se iba a concretar querer a nuestros hijos?

Escuchar revela una gran integridad personal. Significa: “Olvidar lo nuestro y salir al paso del otro”, “Vaciarse de uno mismo para llenarse del otro”,“Te valoro, te tengo en cuenta.” Los comportamientos de los padres que generan aislamiento y desconfianza en los hijos suelen ser: el dogmatismo, el tono de superioridad, hablar sin escuchar, y en general no considerar al otro.

8. Paciencia

A veces parece que los niños pequeños tardan una eternidad para decirnos lo que tienen pensado. Como adultos, sentimos la necesidad de acelerar a nuestros hijos, terminando sus oraciones y frases antes que ellos. O nos están empezando a contar algo que no nos gusta, entonces le interrumpimos para corregirles. Si intentas resistir ese impulso y le escuchas pacientemente a nuestros hijos, les permitimos pensar a su propia velocidad, aprenden a expresarse y a que papa o mama te atienden. Tiempos vendrán en la adolescencia en los que deseemos que nos cuenten cosas, de cualquier modo, bien o mal, pero no nos dirán nada. Sin embargo, si aprendieron desde pequeños luego será más fácil dentro de la natural dificultad de la adolescencia.

9. Coherencia personal

Cuando estamos con amigos tenemos que ser los mismos que cuando estamos en la intimidad de la familia. Los niños no hacen distingos y les choca cuando actúas de otra manera diferente a la que ellos esperaban de ti.
Uno no puede pasarse la vida “vendiendo imagen” con los hijos, uno es como es. Porque sino puede llegar un momento en que no se sepa cuál es su cara y cuál es su “careta”. Para generar confianza hay que ser mínimamente previsible. Decimos más con lo que hacemos que con lo que decimos. La palabra “hipócrita” designaba en el mundo griego antiguo, al actor que asumía una personalidad ajena. Su papel se desarrollaba de cara al público y tenía como regla suprema de su actuación la aprobación y el aplauso de la galería. La coherencia es lo contrario, aceptar incomprensiones, antes que permitir rupturas entre lo que se vive y lo que se cree. No ser coherente es cambiar de actuación según “el que dirán o lo que convenga”. Acomodamos nuestro comportamiento en función de la gente que tenemos delante. El refranero español es muy rico; “La verdad y complacer juntos no pueden ser” o este otro “más, hacen los ojos que las palabras.” Por último, ese otro que dice “los cantaros vacíos son los que más suenan”. Sin un mínimo de coherencia es muy difícil ganarse la confianza de los hijos.

10 La confidencia

“Solo por obra de la confidencia llega el hombre a conseguir autentica amistad”, dice Laín Entralgo. En el fondo, cuando comparto mi intimidad, me arriesgo a ser rechazado o cuestionado o no valorado, es decir, nos exponernos a ser heridos o a herir esa es la dificultad, entre otras, de la confidencialidad. ¿Por qué? porque regalamos nuestra vulnerabilidad. Quizá será por eso por lo que nos cuesta.

La comunicación en un sentido profundo es cuando la persona, por que quiere, se hace “una interioridad abierta”. Cuando uno abre de “par en par” su interioridad, está de alguna manera dejándose habitar por el otro. Entonces se comparte confidencialidad y ésta parece exigir reciprocidad y verdadera sintonía de profundidad. Esta comunicación no se da siempre pero cuando sucede no nos deja indiferentes tiene un cierto poder de cambio, hay un antes y un después de cada confidencia.
Es necesario que el confiante y el confidente convivan la confidencia. Por otra parte, la confidencialidad no es compartir un secreto.

11 Saber corregirles cuando se equivocan

Tus hijos, después corregirles deben salir con ganas de mejorar, no humillado ni acongojado y asustado. Aunque sea un “caradura” debe salir pensando que confías en él. Tenemos que corregir porque les queremos y porque cuando a alguien que le queremos, le afea algo se lo decimos, sino no le queremos, por abundar más, quien no corrige se convierte en cómplice del error, y en ese caso no deberíamos lamentarnos de los errores y las faltas de nuestros hijos.

Pero no hay que olvidar que nos enfrentamos a un problema no a nuestro hijo. No se trata de buscar culpables (corrección de forma negativa), porque sino aparecerá la defensividad, en definitiva, pondrá más empeño en justificarse que en aceptar lo que le dices. Nuestro hijo ha de DESEAR mejorar su actuación. Los aspectos básicos para que esto sea así son: Centrarnos en el problema y no en la persona. No trates de que tu hijo reconozca su culpabilidad. ¿Dónde nos lleva eso? Y si lo hace, estupendo dará motivo para otra conversación, pero no en ese momento. Escuchar abierta y sinceramente. Haz hincapié en que necesitas su ayuda para resolver el problema que tenéis los dos planteado. Utiliza las ideas que te ofrecen, siempre que sean apropiadas.

Si le decimos que estamos sorprendidos por lo que ha hecho, por que él no es así, estamos separando la persona de lo que hace y dando por supuesto que en él confiamos siempre. Y después preguntarle porqué ha pasado y cómo se le ocurre a él que lo podemos arreglar ese asunto entre los dos.

12 Sinceridad

Si queremos ser amigos de nuestros hijos tenemos que ser dignos de su confianza. La sinceridad está basada en la veracidad de tus palabras y acciones.

Para ser sinceros debemos procurar decir siempre la verdad, esto que parece tan sencillo, a veces es lo que más trabajo cuesta. Utilizamos las «mentiras piadosas» en circunstancias que calificamos como de baja importancia, donde pensamos que no pasa nada y claro que pasa, ¡hemos mentido! y cuando nos descubran, aunque sea en una cuestión menor puede ocurrir que pierdan la confianza en nosotros o les enseñemos a mentir. Obviamente, una pequeña mentira, llevará a otra más grande y así sucesivamente… hasta que nos sorprenden y no se fíen de nosotros.

En otras ocasiones será una pequeña incoherencia, por ejemplo, puede ocurrir que les digamos a nuestros hijos que mentir no es bueno, que hay que ser veraces. Unas horas más tarde suena el teléfono y puede cogerlo nuestro hijo, el mismo que hace unas horas habíamos hablado con él, además están televisando un partido importante en el cuál tu estás muy interesado, tu hijo te dice papa es para ti es fulanito, en ese momento nos puede salir casi involuntariamente un “dile que no estoy” en ese momento a nuestro hijo le generamos una cierta confusión.

13 Cumplir lo que prometemos

Todos comprendemos la irresponsabilidad que supone cuando alguien no cumple lo que promete, por ejemplo, nuestros hijos con su trabajo de estudiantes y sus calificaciones. Lo normal es que en el ámbito profesional solemos poner nuestra fe y lealtad en aquellos profesionales que de manera estable cumplen lo que han prometido. A nuestros hijos con relación a nosotros les ocurre igual.

Cumplir lo que prometemos debe ser algo estable. Todos podemos tolerar la irresponsabilidad de alguien ocasionalmente. Hacerlo frecuentemente es una invitación a que dejen de confiar en nosotros.

Si nos comprometemos en algo con nuestros hijos debemos respetar lo acordado y cumplirlo por pequeño que pueda parecer la promesa. O no hacerla, aunque esto suponga un malestar en nuestro hijo que en ese momento es precisamente lo que queremos evitar. Nuestros hijos tienen que creer en nuestra palabra y fiarse de lo que les decimos. Con eso les estamos educando en la responsabilidad y ser persona de palabra.

14 Dedicarles tiempo

Sobre este asunto me limitaré a realizar algunas reflexiones. Es verdad que hoy esto del tiempo es muy difícil. Si nos preguntásemos cuanto tiempo pasamos “despiertos”, (sin contar las horas que estamos dormidos) en casa nos sorprenderíamos, porque probablemente no pase de dos o de tres horas. Y además estamos cansados, aceptemos que o educamos cansados o no educamos, que convivimos cansados o no convivimos y vamos por nuestro hogar pensando en nosotros mismos, nada más fácil cuando uno está que no puede más.

Por otro lado, siempre tenemos tiempo para lo que nos importa, cuando hay un partido importante por la tele todo el mundo tiene tiempo para verlo. ¿Por qué?
Conciliar trabajo y familia no es fácil, más bien es muy difícil. Pero no se porque extraña razón todo el mundo le dedica demasiado tiempo al trabajo, sin advertir que del trabajo uno se jubila mientras que de su familia nunca ocurre eso. En otras ocasiones aparece la pereza de la persona ocupada, que tiene tanto que hacer, tanto, que no puede sacar todo delante de manera que caprichea seleccionando lo que más le apetece. Por otra parte, puede ocurrir que sea más cómodo y confortable continuar unas cuantas horas más en el trabajo con cualquier motivo que regresar a casa en la “hora mágica” cuando todos están cansados, cenas, organizar el irse a la cama, etc.

Tampoco se muy bien porque hemos llegado a pensar que la calidad de vida es tener todo aquello que proporciona el dinero para lo cuál hay que trabajar de sol a sol. Sin embargo, todos tenemos experiencia de que el hogar es el cariño, la comprensión y el cobijo que recibimos en él, y que eso si es calidad de vida y no lo otro. Eso requiere tiempo o mejor aún dedicación. Porque podemos tener poco tiempo y sin embargo dedicarnos en cuerpo y alma a los hijos cuando estamos en casa.

En casa nos quieren por lo que somos, con defectos incluidos, y en el trabajo nos quieren por lo que valemos o podemos llegar a valer. ¿A qué tanto apego a nuestra empresa? El trabajo es un valor, esto no lo discute nadie, además hay que trabajar no bien sino muy bien, además uno experimenta que cuando trabaja muy bien mejora también como persona, pero el éxito no es un valor.

Pensamos que si ganamos mucho dinero podemos facilitar y conseguir mejores cosas materiales para nuestra familia, y está bien, pero nos olvidamos que lo que nuestra familia valora es a nosotros mismo. Darnos nosotros, no darles cosas materiales que sustituyan mi dedicación a los hijos, que por otra parte crecen más rápidamente de lo que parece. Y a lo mejor andando los años recibiremos el mismo trato nosotros de ellos cuando seamos ancianitos.

Epilogo

“Toda la vida estás esperando a encontrar las mejores circunstancias…sin darte cuenta de que la mejor circunstancia es la que tienes aquí y ahora”. Guitton.

Por SALUSTIANO MENDEZ

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